YOYAMUSEO, EL ANTIGUO YOYA

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lunes, 4 de mayo de 2009

Recurso de Amparo

¿Pueden los árbitros decidir partidos y competiciones? ¿Es el amaño arbitral una práctica habitual en el fútbol, o son sólo episodios esporádicos? ¿Hasta qué punto están los jueces condicionados por los clubs, jugadores, directivos y estamentos federativos? ¿Cómo se portan los jugadores con ellos, colaboran en general o no? ¿Tiene derecho el aficionado a gritarles, humillarles, lanzarles de todo y, con perdón, cagarse en todos sus muertos? ¿Hacen suficiente quienes podrían para facilitar el arbitraje y erradicar la violencia en el fútbol?

Este post es sólo un punto de vista: el del árbitro que se retira por edad, amargado y con un balance general negativo sobre su ¿noble? oficio. Sólo así debe ser leído y tenido en cuenta.



(leer con asento argentiiiino, ché)


¡Querido Ernesto, cuánto tieeeempo!

Me llegó por fin la hora, ché... ayer pité mi último match. Fue lindo, los jugadores me abrazaron al final. Incluso Fetuccini, a quien mostré la roja en la última fecha del Metropolitano, hará ya unos cuantos años. Incluso el público.

Cuántos recuerdos... hay de todo, de bueno y de malo. Mucho bueno, como cuando me inicié en escolares... daba gusto estar de juez ahí. De vez en cuando había un padre que te puteaba, pero la mayoría de las veces era lindo. También lo fue cuando fui designado para aquella final de Libertadores, y cuando me seleccionaron para la Copa América. Recuerdo aquel Uruguay-Brasil en que tuve que expulsar a Javier del Truño, quería comerse al delegado brasilero el puto del Truño, de poco que no monta una tangana, ché... menos mal que todo terminó en nada.

¿Recordás cuando nos disputamos la selección para el Mundial de Corea y Japón? ¡No podía ir más que un argentino, y fuiste tú, mi viejo! Por nada del mundo te guardaría rencor por ello: siempre fuiste el mejor juez argentino. Orgulloso estuve que un gran amigo y compatriota mío pitara en cuartos de final. En fin, como te decía, guardo muy gratos recuerdos, pero también otros que no lo son tanto. En realidad, te escribo por estos últimos, mi viejo. No quisiera dejar el fútbol mucho peor de cuando comencé, y tal vez tú puedas hacer algo. Te cuento.

Tú sos unos años mayor que yo, te retiraste hace unos años y sos muy bien considerado en todas partes. He oído que te piden consejo en todos los estamentos arbitrales, en la AFA, en la FIFA, que andás a menudo por Zurich... en fin, que eres alguien importante en el mundo del arbitraje. En realidad, eres mi último recurso, mi recurso de Amparo. Por Amparo, mi mujer, la gallega que vino de Valencia de vacaciones a Mar del Plata, y se quedó conmigo. De ella ha sido la idea de escribirte... piensa que llevo años dirigiéndome a todo tipo de autoridades, a la International Board... siempre me contestan en inglés, algo así como “Thank you for your kind suggestions” y luego me remiten todo tipo de spam, como para hecer ver que están haciendo algo... bueno, no sé si tú puedes arreglar el desastre que se está apoderando del mundo del arbitraje.

Viste, para mí empezó todo con la mariconada esa de los uniformes de colores. Antes éramos los hijoputas de negro, cierto. Pero éramos los hijoputas que controlaban la situación. Los jugadores se acercaban con respeto, te hablaban de usted, en voz baja y... ¿recordás? Con las manos atrás, juntitas. Como para demostrar que, además de respetuosos, no tenían la menor intención de gesticular, y mucho menos de tocarnos.

Pero vinieron los putos uniformes de colores. Me acuerdo que en aquel tiempo tú también fuiste contrario a ellos, hasta que no nos quedó más remedio. Vergüenza me dio ver a hombres hechos y derechos convertirse en colegialas. -¿Cuál te compraste? Yo tengo el malva de Adidas. –Pues yo el amarillo. –Pues a mí me gusta más el plateado, es lindo. ¡Banda de maricones!

Y con los uniformes vino todo lo demás. Los jugadores cada vez menos respetuosos, gritando más, haciendo su arbitraje particular. En el partido de ayer, Federico Peliagúdez, el central de San Lorenzo, se pasó el partido entero gritando, vociferando. -¡Qué cobraáaaas! ¿Tiro de aaarco? Le dio al cinco de Lanús, ¡es tiro de esquiiiiiina! o -¡Dile al linier que vigile al nueve de ellos, siempre está fuera de lugaaar y no levanta el banderíiiin! o -¡Ché, me hizo falta, no viiiitte! Y así sin parar.

Pero lo peor vino a poco del final. Poletti, un chico de las inferiores de Lanús que ayer debutó en Primera, iba corriendo con el balón por el carril izquierdo, superando a su marcador. En esto que se acerca Ruibarbo, acosándolo por detrás, con la rabia en la mirada. El chico aguanta, hasta que el de San Lorenzo le caza, pam, una patada en la tibia... ¡se la fracturó a Poletti, qué bárbaro!. El chico cayó al suelo, chillando de dolor, y Ruibarbo, enloquecido, le pateó en la otra pierna, en las costillas, en la cabeza, en el aaaalma, hasta que sus compañeros lo pararon. El pobre pibe tiene fractura de tibia y peroné en ambas piernas, siete fracturas costales, fractura en la base del cráneo con hemorragia cerebral masiva traumática, y está en la UCI en estado crítico. Es duda para el partido del próximo domingo.

Yo me dirigí allí corriendo para ver el estado del chico y me llevé la mano al bolsillo. Entrada alevosa, agresión salvaje con el rival en el suelo... en Europa lo llaman síndrome de Pepe. Y al verme con la mano en el bolsillo, es Fede Peliagúdez quien enloquece. -¡Qué hacés, no le mostrés la amariiiilla, fue una falta normal y después se tropezó con Poletti! Ruibarbo tiene cuatro amarillas y tiene que jugar domingo, que si no, nos vamos a Primera B!

Que no le mostrara la amarilla. Si hubiera tenido cinco rojas en el bolsillo se las habría mostrado todas al pedazo de animal de Ruibarbo. ¡Y Peliagúdez no quería que le mostrara la amarilla, vitte! ¿Pero sabés, mi viejo? Que me convenció. –¡Mirá aquella barra en la grada, juez! Se enojarán mucho si le mostrás la amarilla, y aquí no hay guardias que los paren...

Lo peor era que tenía razón. En la grada había miles de barras bravas, con bengalas, pancartas, y probablemente con navajas en el bolsillo. Echaban fuego por los ojos, gritando cánticos com estos:



Mirá mirá mirá qué vitte
yo vi mi corazóooon
mirá mirá mirá cómo late
San Lorenzo campeóooon!...

Si hubieran invadido el campo, yo no estaría aquí escribiéndote.

No le mostré la amarilla, y menos, evidentemente, la roja. Hice bien, no hubiera querido terminar como en este vídeo de youtube:

 

Cada vez más violencia, menos respeto... pero todavía no te conté lo peor. No me pasó a mí, le sucedió a mi amigo del alma Reinaldo Chanchúllez, el mendocino. Fijáte que en un partido tenía a Adolfini, un loro de estos que no hacen más que decir boludeces. No desconsideraciones ni insultos, pero ya sabés, uno de esos que se creen que te pueden charlar como en una cafetería, como si no tuvieras otra cosa que hacer. -¿Qué cobró, saque lateral? Pero si no salió todo el balón. –Sí, salió todo, es saque lateral. Al final del primer tiempo: -¿Juez, cuánto falta? –Un minuto. -¿Va a añadir mucho? –Ya verás el cartel dentro de un minuto. –Pero, ché, no puede decirme ahora cuánto va a añadir? –No, ahora no puedo. O: -¿Por qué cobró fuera de lugar? Hay otro defensa además del portero. –Sí, hay otro defensa, pero no juega, está calentando para entrar. –Pero se quitó el cháaaandal. -....... (sin comentarios).

Y así todo el partido. Cuando faltaba poco para el final, lo increíble: -Este... juez, ¿la esposa del juez Baldini es de Valencia, nosierto? Y Chanchúllez, asombrado: -Sí, ¿y? –Si me pudiera decir la receta del all i pebre, para mi mamá... como ustedes dos son amigos... –No es el momento, ahora juegue al fútbol. Y Adolfini, elevando la voz: -¡Pero los árbitros tienen que dar explicaciones a los jugadores, ché! –Explicaciones todas las que quiera, Adolfini, pero no recetas de cocina. –Juez Baldini, ¡Por favor! Es para mi mamá. Y Chanchúllez, elevando el tono: -¡Adolfini, haga el favor de callar de una puta vez o le muestro la amariiiiisha, ché!

Lo que sucedió a continuación es de película italiana. ¿Sabés que pasó? Que el pibe se echó a llorar como una magdalena. Y vino el capitán del equipo, hecho una furia: -¿¿¿Juez, qué le dijo??? Y Adolfini no paraba de llorar, tuvieron que cambiarlo al pibe. ¿Y sabés que pasó? Que a Chanchúllez lo derrumbaron. Maltrato psicológico, dijeron. Síndrome de stress postraumático. Que si el pibe fue al psicólogo, que si van a demandar a Chanchúllez, que si va a tener que pagar la factura del psicólogo...

¿Te imaginás esto en nuestros tiempos? Un pibe como este se habría dedicado al basketball y no al fútbol. Ay, nuestro querido fútbol, ¿qué será de él? ¿Y qué será de nosotros, los árbitros? En fin, te conté todo esto para que sepas. Sólo un hombre como tú en la FIFA puede dar un golpe de timón y devolver el fútbol a los campos, y el respeto a los árbitros.

Esto, y a ver si puedes sacar al pobre Chanchúllez del apuro.

Todo tuyo

Lorenzo César Baldini
Ex-árbitro de fútbol

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