Autopista hacia el cielo

Para empezar, tiraremos de lugar común, de cursilada: en fecha tan señalada el Barça ofreció un último regalo de Reyes, un merecidísimo y descomunal regalo para su gente, incluso para aquellos que, descreídos, son más de cagar el tió, del gordo impostor de rojo o, directamente, de renegar de fiestas. Y fue un regalo grande, de sólido y gustoso contenido con envoltorio preñado de feliz ilusión colectiva: una victoria soberbia con un Barça superior, autoritario y dominador, con un 11 titular repleto de bajas pero con el mejor jugador del mundo en plan Messías (segundo tópico) que, como la convocatoria, invitaba a justificar en caso de derrota que quizás Guardiola tiraba la competición. Pero, ganador nato, este Pep no está ni para tirar la Catalunya Cup y a su iluminada manera, en sus propias palabras, nos ha venido a explicar que con rotaciones también hay paraíso (recurso manido moderno). Y que aquel entorno que aconseja menospreciar la Copa  para no torpedear competiciones mayores, tendrá que esperar un nuevo amo en el banquillo para ver cumplida su argumentativa. Porqué con espectáculos como los de esta noche que hacen grande un partido y una competición, conjugar el verbo tirar suena a herejía, a desprecio inmerecido, a ultraje deportivo. La Copa, aunque lleve el sanbenito del Borbón, siempre hay que respetarla, y un Atlético de Madrid-Barça, garantía de espectáculo asegurado, un partido que no hay que perderse. Porqué este Barça sigue imparable e intratable, sólido en sus fundamentos, principios y actos, voraz e inmune al desaliento, a la carga de partidos, a las campañas de desmerecimiento. Porqué el espíritu colectivo de este equipo, de todo el grupo, contamina de orgullo y expectativas a la gente de bien que vive y siente en blaugrana. Porqué hay un míster que nos encandila incluso cuando dicen que experimenta, unos pilares fuertes que marcan territorio a golpe de intimidación y terror (Touré y Busquets) y hasta futbolistas que nos enseñan que pueden merecer estar donde están aunque no confiemos demasiado en ellos (Pinto). Porqué hay un rival al que si se le toma la medida el estropicio es máximo (y la diversión alucinante). Y porqué hay Messi, el mejor jugador del mundo, el garante de todas las ilusiones y expectativas de gloria en clave culé, y con él, muchas veces, como diría nuestro socio aquél, no hace falta decir nada más. Pero diremos. Volvió Messi en su primer partido del año, tras sus trifulcas de inmadurez que han alimentado en estas fechas a un entorno falto de partidos y ávido de noticias, en plan estelar, de futbolista elegido: hat trick y jugada descomunal coronada y recordada como Pelé, con un gol que no fue. Maradona, desde el palco, ni se acordó de su yerno Kun. Y más: porqué si no hubiera suficiente con Messi, nos ha caído del cielo un socio de escándalo, Dani Alves, su cómplice de tropelías y diabluras que, en comandita, quiebran cinturas, desquician defensas y rompen partidos desde un carril de velocidad ilimitada lleno de talento, ambición y diversión, casi infantil, donde todo es posible, las ilusiones infinitas y los sueños realizables, como no podía ser de otra manera en estas fechas (tópico para el vómito final). De nuevo, el Barça toma la capital, sentencia la eliminatoria y hace suyo el dicho de Madrid al cielo. Con Alves y Messi es fácil, sí.