Socio 13.013
El culé fatalista repasa la clasificación una y otra vez y no da crédito. El Barça, su Barça, líder en solitario a 6 puntos del segundo clasificado y a 9 del Madrid. Escéptico a principio de temporada con el nuevo proyecto y el nuevo entrenador - un noi de la casa carente de cualquier experiencia para reconducir con solvencia todo un primer equipo plagado de egos, vicios enquistados y dinámica competitiva perdedora - la situación actual, no por justa, le parece anormal. Y no sólo por los números y los datos estadísticos, inmejorables: íntimamente reconoce que el juego del equipo le hace vibrar, que el trabajo y la exigencia del entrenador supera las expectativas, y le convence la solvencia y autoridad demostrada de los futbolistas (“uns toies”) que partido a partido devoran con insaciabilidad y ambición al rival. Pero su fatalismo, firmemente consolidado tras una larga vicisitud como socio número 13.013, no le permite manifestaciones extemporáneas, ni euforias desatadas, ni triunfalismos apasionados, y su contención, amén de su reserva ante cualquier expresión jubilosa, le hace mantener su impertérrita expresión pétrea, desconfiada, al igual que su actitud, recelosa, alejada del desbordamiento emocional fácil, del goce sincero, ya sea ante un hat trick de Henry, ya sea ante la excepcionalidad del destacado liderato de su equipo. Precavido, frena la euforia: “Més fotuda serà la caiguda si ens confiem massa. Que està clar que els moments putes arribaran. Que no, que no, que això no pot ser un paseig fins al final. Que ja ens fotran, ja...".
El culé fatalista sufre insomnio cuando recuerda que, el próximo sábado, viene el Madrid. Tal cita le hace revivir sus peores temores futbolísticos, sus eternas pesadillas en blaugrana. Poco importa que el Barça esté como un tiro y el Madrid sea el más vulnerable que se recuerda en lustros. La ocasión pinta a goleada histórica pero él sabe que el guión previsto no tiene porqué cumplirse. “Davant aquests fills de Satán no hi ha raó que valgui. Que quan més víctimes, més ens la foten, els va parir. I aquesta eufòria de l'entorn...No, no, no pot ser bo…Como si ho veiés: 0-1, dels 12 es posen a 6, i ells a remontar i nosaltres pel pedregar. Com si no ho haguessim viscut mai, és que no aprenem, collons, no aprenem…”. Hunde la cabeza en la almohada, ansioso, ante la hecatombe que imagina en forma de un Raúl callando el Camp Nou y una enésima celebración en la Cibeles con tipos extraños subidos al monumento y olas rojigualdas.
Al culé fatalista la resaca por la manita al Madrid - con hat trick de Hleb – le dura lo que su racional determinación le permite: un suspiro. Mientras estalla por las calles la pirotecnia habitual por la gran victoria, él ya piensa en el Villarreal. “Aquests són el rival a batre, aquests. Aneu tirant cohets, aneu, que en un tres i no res els tindrem amb l’alè al clatell, babaus!” Pero el Barça, jornada tras jornada, sigue sumando puntos y mantiene, cuando no aumenta, sus diferencias con respecto a sus perseguidores. Pero el culé fatalista se mantiene pertinaz al desaliento, agarrado a su fe derrotista inquebrantable y a la perspectiva histórica de los atávicos contratiempos indefectibles, al infortunio latente tatuado a fuego en el ADN distintivo del Club, convencido de que el descalabro deportivo, ya sea en forma de plaga de lesiones, autocomplacencia y relajación excesiva, secuestro del goleador principal, crisis institucional por movimientos subterráneos de la oposición, épica de los rivales, amateurismo del entrenador en los momentos difíciles, arbitrajes terroristas, líos de vestuario, conjunción astral propicia al desastre deportivo, está por llegar y será inmisericorde.
El culé fatalista celebra la consecución del título de Liga a falta de 7 jornadas para el final con entusiasmo desbordado, con locura desatada producto de tanta pasión contenida, con el mismo arrebato primario liberado con los que celebró Tenerife, Wembley y París. Pero pasada la rua por las calles de la ciudad y el fin de fiesta en el Estadi, la ansiedad le atenaza. La temporada ha sido brillante e histórica, pero quizás irrepetible. Y la perspectiva de una siguiente temporada de difícil superación, de expectativas irrealizables y metas imposibles, y con una lógica pérdida de tensión competitiva y de desmotivación generalizada, le hunde en la desmoralización más absoluta. Encima, la prensa habla de refuerzos de lujo para el equipo rival, y el temor a una mala renovación post-éxito de la plantilla le activa en un estado de, primero, cabreo, segundo, desconfianza y temor, porqué la continuidad del proyecto, posiblemente, nazca fallida. Como un resorte, y sin poderlo evitar, fiscaliza los no movimientos de su Club en aras de un auto crítico sentido de la responsabilidad y el deber (que los que debieran no aplican). El culé fatalista vuelve a su estado natural de insatisfacción tras sus devaneos festivos y no puede evitar sentir mal cuerpo - por el desastre anunciado que anticipa- cuando, en los siguientes partidos de Liga, ve a los equipos rivales hacer el pasillo a su Barça campeón.