Apocalípticos e integrados

¿Quieres ser mi furcia?

Mucho antes de que Florentino I mandara construir las pirámides de Egipto, mucho antes de que los vikingos se metieran pirulos tropicales por el culo, incluso antes del advenimiento del profeta Johan, nuestro mundo ya se enfrentaba a uno de los grandes problemas de la era felocrática: la conciliación de la vida sesual y el fistro duodenal. Tradicionalmente, cuando aún no se habían inventado la fusta y el strap-on, los machos alfa y beta dirimían sus disputas a pedrada y tentetieso. Hoy en día todo esto se ha perdido como lagrimones en los puentes de Madison: las luchas en el barro, el cate en la oreja, el azote en el culamen con la mano toda abierta,... hasta medirse los penevs en las duchas del gimnasio empieza a estar mal visto. Sin embargo, hay algo que todavía está permitido... Discutir como perras.

El barcelonismo, como la vida misma, parece ser una fuente constante de conflictos. Se suele decir que el ser humano es competitivo por naturaleza, pero ya sea en el campo de juego o en la oscuridad del despacho de vuestra segunda residencia lo que os mueve hacia la victoria es la ansiedad salvaje del famélico, el instinto de supervivencia, el miedo a lo desconocido, la insatisfacción generalizada, la desorientación que produce una vida sin alicientes, la incapacidad para procesar la imagen del otro o, como diría Sartre, la fenomenología de los micropenes. Todas esas son las frustraciones que atraviesan las paredes celulares de los individuos que conforman el entorno para volcarse en el mar tranquilo y en calma de la institución barcelonista. ¿Es esto malo? ¿Deberíamos convertirnos en personajes del Show de Truman para relacionarnos con nuestro estimado club? Esa es la primera gran pregunta que me gustaría plantearos en esta fría noche de primavera.

La segunda gran pregunta es la siguiente: ¿si fuéramos felices necesitaríamos todo esto? Según Freud esa ansiedad por ver pelotas penetrando dulcemente por el hueco de la portería es una manifestación del yo homosexual que lleváis todos dentro, justo al lado del niño travieso que le levanta las faldas a las niñas del cole y se imagina restregando el cacahuete en los pechos de la profesora de francés. A menudo se dice que los fenómenos de masas, como el fútbol, son un pretexto o un salvoconducto para los violentos y los lunáticos, ¿pero acaso no lo son también para perfectos padres de familia, venerables ciudadanos respetables y jóvenes con un gran futuro por delante? Quizá no todos ellos sean homosexuales reprimidos, pero si pudieran saciar sus más íntimas y sinceras apetencias, llenar el depósito de su alma atormentada, vivir locamente el día a día, ¿perderían tanto tiempo intentando solucionar la gestión de un club de fútbol como si jugaran al Monopoly en un presente imaginario donde su opinión cuenta para algo? Quizá todo esto, me refiero al fútbol, sólo es un teatro del absurdo donde dar rienda suelta a la histeria colectiva de los tiempos modernos, al Joker que todos queremos ser. Quizá nada de esto tendría sentido si no estuviéramos tremendamente enfermos...


Positifo: el sexo con personas que todavía respiran.

Negatifo: la persecución a la que nos vemos sometidos los degenerados y los pervertidos por parte de esta sociedad intolerante.